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7/10/07

Rojo Bermejo, Carmesí y Coral


Fue un mal día. Un oscuro y desquiciado día. Pero fue más que eso. Creo que fue una semana. O un mes. O varios. O tal vez nunca pasó. O me estoy volviendo loca. No sé si pasó o si lo inventé.


Esto que relataré me sucedió a mí, una tierna y amorosa chica de 19 años. Viví la mayoría de mi vida en la ciudad de Rancagua y todo ocurrió tan plácidamente hasta que entre a la Universidad y tuve que trasladarme a la capital: Santiago.

No sé si es mi mala suerte o si estas cosas pasan por casualidad, pero lo que sí tengo claro es que mi persona tiene esa frágil capacidad de absorber todas las desgracias existentes en este planeta. Es imposible que una estudiante de primer año universitario pueda cambiar tan radicalmente su mundo de un día para otro.

Fue difícil adaptarse a una ciudad tan loca y rápida. No estaba acostumbrada a ver tanto auto, a pagar con tarjetas o a soportar que la gente furiosa me estrellara en el Paseo Ahumada y que ni siquiera se dignara a decirme un mísero “Disculpa”. Nada era igual, todo cambiado, todo negro, humo asfixiante y lo peor de todo: “Delincuencia a la Orden del Día”.

En realidad, es casi imposible explicar como pasaron de rápido esos 6 meses del primer semestre, sobre todo si había aprobado todos los ramos con el mínimo de esfuerzo. La vida estaba siendo tan llevadora.

Me hacía falta algo. Era tan difícil estar sola en esa ciudad, sin mi familia, sin mis amigos y sin nadie que me pudiera amar. Pero fue fácil y rápido. Llegó sin que lo buscara demasiado. Agosto: la felicidad llegó a mi vida. Conocí a un chico de Chimbarongo que quedó encantado de mí y viceversa. Las pasiones no se hicieron esperar. Mi pololeo comenzó a transcurrir sin tantas bajezas más que lo normal para una pareja joven. Todo parecía normal, todo hasta ese día.

A los 3 meses de pololeo todo comenzó a volverse tan extraño. Él ya no me veía tan seguido y yo sospechaba de algo raro. No sé cómo ni cuándo decidí partir a su tierra natal para darle una sorpresa, pero la sorpresa fue mía cuando llegué a su casa y vi el horror que me atormenta hasta el día de hoy. La escena era tremenda: su habitación manchada de un rojo bermejo, las paredes rasguñadas, sus uñas quebradas y las pupilas dilatadas en su máximo esplendor. Apenas me vio se largó a llorar y me abrazó tan fuerte que yo pensé que me iba a reventar. La sangre ahora estaba en mi prolijo vestido blanco. Esa expresión tan perpleja no me decía nada y me dejaba más absorta todavía. Me hundí en una meditación tan profunda que creo que lo siguiente fue parte de mi imaginación, pues no puedo asegurar con certeza de que haya ocurrido en la vida real.

Mi amado me comenzó a hablar. Su voz era tan trémula que me costaba demasiado descifrar esos fonemas mal distribuidos en su lengua. Tenía miedo, estaba segura de ello. Me apretaba con tal fuerza y yo sólo quería que me diera una explicación. Cuando supe lo que le estaba pasando me invadió un escalofrío gélido que partía desde el dedo meñique de mi pie hasta el último pelo de mi oscura cabellera. Era tan difícil de creer que me costó mucho tomar la iniciativa y comenzar a correr. Eso no lo recuerdo muy bien, lo más probable es que haya sido una alucinación.

Recuerdo que salí corriendo hasta que me vi en un bosque de espinos abrumantes que se abrían paso hacia mí. El camino estaba lleno de hojas amarillas que crujían al contacto con mis pies. No sé cómo, pero estaba descalza, lo único que me cubría era mi vestido rojo carmesí. Mi cabeza bombeaba sangre a mil por hora y mi corazón latía diez veces más de lo normal. No sé dónde estaba y creo que nunca llegaré a saberlo. Sólo queda en mi memoria la parte que estoy segura no fue verdad. Esa parte en que tropiezo y caigo a un abismo psicológico sin salida, en que lo veo a él, a mi chico, con un hacha en la mano diciéndome por última vez: “Te dije que corrieras y te escondieras”. No sé cómo pasó todo lo siguiente. No recuerdo absolutamente nada. La conciencia regresó cuando ya me encontraba en este lugar.

Septiembre, del año siguiente: desperté hace un par de horas. Me dijeron que estaba en un recinto psiquiátrico y esperaban mi despertar para trasladarme a la cárcel de Santiago. ¿Qué pasó entre noviembre y septiembre? Nunca lo sabré. ¿Qué pasó con mi chico? Por lo que me cuentan lo maté. ¿Qué fue lo que me hizo? Al parecer no alcanzó a hacerme nada. ¿De qué se me acusa? De haberlo matado a él y a siete mujeres. ¿Qué evidencias tienen? La sangre rojo coral en mi vestido que contenía el ADN de esas siete amantes. ¿Por qué lo hacía? Ni idea, esa es la parte que menos tiempo duró en mi memoria. No podría decir exactamente por qué lo hacía, pues si lo hiciera estoy segura de que no sería más que mi propia invención. Todo esto me tiene sumida en una agobiante depresión. No me queda ya nada. Cerraré mis ojos mañana en una inolvidable descarga eléctrica que hará saltar mis ojos y me convertirá en la ejecutada número 20 del verdugo local.

2 comentarios:

Ciro dijo...

hola grima komo estas? oye ese kuento te kedo de verdad muy lindoy bueno escribes demasiado bien reflejas bien los sentimientos eres una experta escribiendo kosas, me enkanta ke seas asi y sobre todo si al escribir y ver ke te gusto te pones feliz eso es realmente bueno espero ke sigas escribiendo y seas una gran escritiora po ya te kuidas
ILY GRIMA!!!

A!!!! PRIMERO!!

ChoiCata dijo...

Me Quede O.o
Esta bacan =
Pero de todas formas me dejo O.o xD
Te QuieroooOO!